Día 5 – En el glaciar

¡Por fin! Junto con nuestros colaboradores de la Universidad Estatal Amazónica, fuimos a los glaciares del volcán Antisana. ¿Qué huellas de actividad humana íbamos a encontrar en este remoto lugar?

El Antisana está a unos 55 kilómetros al este de Quito, y solo el viaje hasta allí es ya un espectáculo paisajístico. Pronto dejamos atrás todo rastro de civilización humana. 

En el altiplano, Christian pudo continuar con sus registros de la fauna. La gran diversidad de especies en el parque nacional era fascinante.

White-tailed deer (Odocoileus virginianus)
Carunculated caracara (Phalcoboenus carunculatus)
Chestnut-winged Cinclodes (Cinclodes albidiventris)

Ya desde lejos se podía ver que el glaciar del Antisana está surcado de grietas y nos encontramos con mucha agua de deshielo con la que no contábamos. Las grabaciones de audio de Miriam hacían patente que, incluso debajo de la aparentemente sólida capa de hielo, corría el agua.

Ya en el glaciar, Ricarda dirigió la misión, ya que tiene mucha experiencia en los helados terrenos de la Antártida. Con el taladro sacatestigos para el hielo que habíamos traído tomamos nuestras primeras muestras del glaciar, una verdadera exhibición de trabajo en grupo en la que participaron hasta nuestros entregados acompañantes. ¡Muchas gracias! 

Ricarda y Robert, nuestros especialistas en hielo y microplásticos y, por tanto, los que analizarán en detalle las muestras, sacaron un testigo de hielo de un metro de largo (el taladro sacatestigos se puede ver en el equipaje de Ricarda). El testigo lo cortamos en varios trozos para poder analizar los distintos estratos de profundidad. Cuanto más profundo, más antiguo es el hielo. Después, lo embalamos con cuidado y regresamos con las muestras al valle. En el laboratorio podremos analizar el agua de deshielo de los testigos para ver si hay microplásticos y otros indicadores. Quien quiera conocer los detalles de nuestra investigación en el hielo, puede leerlo en el periódico FAZ.

Pero también los sonidos nos permiten sacar conclusiones sobre la historia. Y es que los glaciares suenan muy diferentes dependiendo de su evolución y, por tanto, de sus características. Así que los «escuchamos».  Miriam es la que se encargó de eso. 

Pero no solo se trata de espiar la vida privada de los glaciares. Queríamos escuchar una cosa que se llama ecología acústica. Por explicarlo brevemente, consiste en componer un escenario sonoro local de todas las fuentes sonoras presentes. Suponemos que un glaciar en un entorno sin humanos suena distinto de otro que de una u otra forma está sometido a la influencia de la presencia humana. Para que las «escuchas» salieran bien, el grupo se dividió un rato. Y es que, aunque un glaciar es grande e impresionante, también «habla» muy bajito, y por eso es fácil que nuestra presencia impida oírlo. Estamos deseando escuchar las grabaciones que Miriam hizo del glaciar (y del taladro). También se pueden encontrar detalles interesantes sobre este trabajo en el FAZ.

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